En algún momento escuché la frase “Para la mujer la maternidad inicia el día en que queda embarazada, para el hombre la paternidad inicia el día del parto”. ¡Qué equivocada está la frase! Para nosotros el día del parto nunca llegó, pero soy padre de dos hijos. Soy esposo de una madre amorosa que no pudo abrazar a sus bebés pero piensa en ellos todos los días.
La pérdida de un bebé es estadísticamente común, 1 de cada 4 embarazos termina en pérdida, más aún durante el primer trimestre. Sin embargo, especialmente para los hombres, esto es un misterio. Lo que salé a la luz son esos 3 embarazos exitosos. Mis redes sociales están llenas de amistades publicando fotos de ultrasonidos, videos de “sex reveal” y cómo es esperado finalmente fotos de sus hijos. ¡Todos son unas bellezas! Pero me pregunto. ¿Cuál fue su camino para llegar ahí?
Cómo no lo conozco, no puedo hacer más que contarles el mío. Como casi todos en sus 30s estoy sumamente enfocado en mi trabajo. Tras la noticia de nuestro primer embarazo, debo confesar, no tomé el tiempo para analizar el momento que estábamos viviendo. Pensé que ese era el momento para mi esposa, ella debía emocionarse y planificar los siguientes meses, yo iba a ayudar con lo fuera necesario, pero ella debía ser la estrella de ese show. Estando ella durante su primer trimestre partí a un viaje de trabajo. Ella me llamó en llanto para contarme que después de un exámen de control, fue ingresada de emergencia por un embarazo ectópico. No hay palabras para explicarles la impotencia que sentí. Mi esposa debía ser operada de emergencia, el embarazo debía ser interrumpido y yo estaba a 12 horas de distancia. Dejé la maleta, tomé una mochila y partí para el aeropuerto, mientras hacía un itinerario de vuelo en el teléfono. Llegué al escritorio, dí mi itinerario, la persona que me atendió me pidió que me calmara y que le dijera a dónde iba. Me dió un mejor itinerario y me dijo que un avión salía en 40 minutos. En ese momento me solté en llanto mientras pasaba por aduanas. 9 horas después entró al hospital, tomo la mano de mi esposa y lloramos sin consuelo.
Una semana después tomé mis maletas de nuevo, inicié el siguiente viaje de trabajo, 15 días de reuniones, a 8 horas de distancia. Por la situación yo no me tomé el tiempo para internalizar lo que pasó. No me tomé el tiempo para sensibilizarse ante la situación. Dejé pasar la experiencia cómo “una emergencia médica resuelta”. Esta vez, mi esposa viajó para encontrarme. Decidimos que necesitamos un tiempo y que ahí nos podíamos re-conectar. Sin embargo, no fue eso lo que pasó. Ambos teníamos diferentes perspectivas y sentimientos y fallamos en reconocerlos, aceptarlos y apreciarlos. Después de esto todo se volvió muy difícil. Nuestra relación y la relación con nuestras familias se deterioraron. Las marcas todavía son visibles en nuestras vidas.
Los siguientes meses fueron más difíciles, mi esposa se sintió sola, cayó en depresión. Mi frustración crecía, trataba de apoyarla pero al no entender la situación, ni los síntomas de la depresión, termine causando mucho dolor. Finalmente y tras algunas semanas la depresión me alcanzó. Esta etapa fue muy dura, los días se vuelven interminables, no veíamos la salida. Finalmente decidimos ir a terapia, aunque creo que nos ayudó, estoy seguro que lo que nos salvó fue el amor que nos tenemos, recordarnos que somos mejores amigos y no renunciar la esperanza de algún día conocer a nuestros hijos.
Después de unos meses e incontables días discutiendo sobre cuáles eran los siguientes pasos en términos de planificación familiar. Los siguientes pasos fueron una serie de exámenes médicos que determinaron que ambos teníamos factores que incidían negativamente en temas de fertilidad. Ahora no tener familia sino que también habían condiciones que nos obligaban a actuar más rápido. ¿Cómo saber si estábamos listos? Una relación todavía lastimada, mucho dolor e inseguridades y el tiempo corriendo en contra. Finalmente decidimos iniciar tratamientos de fertilidad.
Aproximadamente 6 meses después de la primera pérdida mi esposa estaba embarazada. El tratamiento funcionó en el primer intento y todo marchaba bien. Decidí que esta vez ya no iba ser el show de mi esposa. Esta vez iba a ser nuestro show. En un examen de rutina vimos que nuestro bebé tenía ya una frecuencia cardíaca, estábamos a punto de salir del primer trimestre y ambos rebosabamos de felicidad. Finalmente nuestro médico nos pidió un último ultrasonido al final del primer trimestre y nos dijo que después de eso pasabamos el riesgo de aborto que tanto temíamos.
Llegó ese día, todo era felicidad. ¡El último examen de control! Esta vez, no vi latidos. No vi nada. Sentí como cubetazo de agua fría por la espalda. La cara del médico lo confirma, aprieto cada vez más fuerte la mano de mi esposa y rompo en llanto. El médico nos dá un momento. Ahora la conversación se torna en el procedimiento para ayudar al cuerpo de mi esposa a expulsar al bebé. Estamos profundamente tristes. Sin embargo esta vez estamos juntos, yo estoy cien por ciento enfocado en mi esposa y nuestro bebé nos deja más amor que enojo, esta vez no fuimos una pareja con un bebé que no llegó. Fuimos una familia.
Esa misma tarde decidimos comer sushi, la comida favorita de mi esposa. No recomiendan comer pescado crudo a las mujeres embarazadas. Pero comiendo sushi aceptamos el hecho de que el embarazo había terminado. Esta vez, tomé un mes del trabajo. Estoy infinitamente agradecido con mi jefe y compañeros de trabajo que me apoyaron y ayudaron a que esta vez me concentrará solo en mi familia, en mi esposa, en mi duelo.
Las siguientes semanas fueron las más especiales que he vivido en mi matrimonio. Pasamos juntos, viendo televisión, dando largas caminatas y platicando sobre el por qué queríamos ser padres. Muchas situaciones nos detonaron el llanto: charlas espontaneas, recuerdos de nuestras familias, escenas en la televisión. Aunque el llanto estaba ahí, representando nuestro dolor, definitivamente cerraba esas brechas que se abrieron en nuestra primera pérdida. El final de esta etapa fue de nuevo en el hospital, nuestro bebé debía ser removido con un procedimiento. Esta vez estábamos más preparados, solicitamos exámenes genéticos para determinar si había alguna razón por la cual a nuestro bebé le dejó de latir su corazón. Los resultados los recibimos en una semana, ningún diagnóstico negativo. Otro grupo de exámenes sanguíneos y hormonales tampoco daban indicios de que algo estuviese mal, hasta la fecha no hay explicación.
Ya pasó más de un año desde nuestra segunda pérdida. Todavía nos duele. Nos da más miedo que nunca, pero seguimos adelante. Vamos a seguir soñando y tratar de perdernos en el intento.
Un post muy emotivo, gracias por el compartir. Definitivamente creo que el ajetreo de la vida moderna muchas veces nos aleja de nuestros seres queridos e inclusive de nosotros mismos, pero hay que buscar esos espacios de encuentro que todos necesitamos.
Gracias por compartir. Se lee muy fácil pero después de dos perdidas posteriores a tener dos hijos, entiendo mucho lo que afecta como pareja. Me da mucha alegría que a esta dura experiencia le continua un final feliz, ya que sé que tienes una bella hija y otro en camino. No sabemos el costo que tiene cada uno de nuestros hijos, pero al final vale la pena. Un gran abrazo.